Las mujeres que trabajamos y somos esposas, mamás (esto incluye: ser profe de medio tiempo, chofer, doctora, enfermera, psicóloga, fotógrafa, planeadora de eventos y un largo etc.), amigas, comadres, tías y un sinfín de cosas más, nos encontramos con grandes retos, al tratar de equilibrar tiempo para todo, incluso para nosotras mismas.
Sé que es tema trillado, que muchas hablamos de esto, pero quiero compartirles nuestra experiencia, culpas y de algún modo éxitos, en este hermoso camino empedrado.
Cuando nos casamos, estuvimos de “pata de perro” durante varios años, 6 para ser exactos. La verdad es que lo disfrutamos al máximo, nos dio la oportunidad de vivir grandes cosas juntos, experimentar el mundo e identificar muy bien lo que queríamos en nuestro futuro.
¡Claro que no todo fue miel sobre hojuelas!, les cuento una anécdota. Cuando llegamos a Francia, no hablaba ni “papa” de francés, mis vagos recuerdos de la materia que tome en 3º de prepa, estaban ahogados en lo profundo de mi cerebro.
Sebastien encontró rápidamente trabajo y nos instalaron en Rennes, una ciudad jovial, porque hay mucho estudiante. Pues eso, precisamente eso, fue lo que me partió la racha de buena suerte, porque no había un méndigo depa para rentar. Recorrí muchas agencias, con mi “francés de cuarta” y finalmente una amable señora, que realmente se apiado de mí, porque estaba a punto de ponerme a llorar, me enseñó un pequeño, literal diminuto depa, ubicado en el ático de un edificio, que para mí fue como el penthouse de lujo en esos momentos de desesperación.
Nos mudamos con todo prestado, salvo el magnífico edredón que nos regaló mi suegro. Un sofá, colchón y caja de cartón como mesa, fueron nuestros primeros acompañantes en ese proceso de ya no ser “estudihambre”, para convertirse en un “joven matrimonio con altas expectativas pero pobre realidad”.
Luego de unos días me di cuenta de las carencias de ese depa, nuestro “primer hogar”. Todo podía ser resuelto, ¡menos la entrada de aire y luz natural!. Teníamos una sola ventana, que en realidad era un tragaluz de 50x50. Para una costeñita como yo, en un lugar donde llueve y está nublado de manera casi permanente, era casi casi ¡cómo un encarcelamiento!.
No fue fácil la vida profesional en Francia para mí, o no tuve suerte, no sé ... puede ser que me excuse con esto, pero sentí que él no tener algún diploma francés, era un impedimento. A pesar de tener maestría, hablar dos ½ idiomas (por aquello del francés de cuarta)… no significaba mucho.
Pero tampoco crean que me clavé de lleno, porque en esos momentos, dependía de los movimientos de trabajo de Seb y de nuestro inminente regreso a América, lo cual no sabíamos exactamente cuándo sucedería.
Tomé clases de francés, recorrí la ciudad en autobús, metro, a pie, ¡como fuera! Francia es precioso, pero el lugar que nos tocó, mmm…
Vamos a decir, que tuve muuucho tiempo de introspección, ¡pero así haartoo!
Y de todo en esta vida se aprende. Yo que pensaba que en Monterrey había llegado a mi cúspide en el número de mudanzas ¡no tenía idea de lo que me esperaba! En París, en un lapso de tres meses ¡nos tuvimos que mudar 3 veces! Y agradezco infinitamente a la familia y amigos que nos apoyaron, porque recuerden: ¡no money!, así que todos esos lugares fueron “prestados” por un tiempito.
Y ya me voy, porque seguramente los aburrí con tanto rollo, si es que alguien me lee…
Así que, si las fuerzas facebookianas nos unieron y les interesó esta aventura, no se pierdan el próximo: “Back to América”.
Nota: Ustedes disculparán la calidad de las fotos, datan de hace casi 16 años, cuando lo común era imprimirlas y guardarlas en un álbum… de ahí su procedencia. Qué horror, ¡me sentí un vejestorio!